Los más necesitados
La pandemia fue un enorme desafío —físico, emocional y social— para todos, y muchas de sus consecuencias aún resultan invisibles. Lo que sí se sabe es que los niños fueron los más afectados en sus diferentes dimensiones, especialmente los que crecen en contextos de pobreza, que solo vieron profundizarse las brechas que ya existían. En estos hogares en los que se vive al día, se cortaron las changas y el empleo informal, la comida empezó a escasear, la escuela virtual sin celulares ni Wifi fue una utopía y todo les empezó a costar más. Las realidades de estos chicos fueron refeljadas por Hambre de Futuro en LA NACION a lo largo de todo este año y, producto del compromiso de la audiencia, se pudieron mejorar en distintos aspectos.
“Que mi papá esté sin trabajo es difícil porque no conseguimos para comer”, decía en marzo de este año Michelle Ríos, de 12 años, que vive con su familia en el barrio Mendieta, en las afueras de la ciudad de Concordia, en Entre Ríos. El cierre total de actividades de 2020 provocó que echaran a su papá del aserradero en el que trabajaba sin ninguna indemnización.
La urgencia fue enorme y muchos niños tuvieron que hacerle frente al hambre, al hacinamiento y a la falta de todo. “Muchos de ellos están malnutridos porque al no tener los padres acceso a un trabajo digno, se complica la alimentación. Hay un solo merendero que no alcanza a suplir tanta necesidad. Los chicos tienen muchas ilusiones, pero poco acceso a oportunidades. Lo que para otros es fácil, a ellos les cuesta el doble”, explica Lidia Liand, voluntaria de Cáritas Concordia.
LA NACION viajó por distintas provincias del país para intentar mostrar cómo los niños más pobres atravesaron la crisis del coronavirus y el aislamiento. Las escenas de extremo dolor se repetían: chicos revolviendo la basura para poder comer, adolescentes que tuvieron que salir a trabajar para ayudar en su casa y muchos que por no tener conectividad se atrasaron con la escuela.
Los números exhiben esta marginalidad creciente. La quinta Encuesta Rápida de Impacto por Covid elaborada por Unicef Argentina entre octubre y noviembre de este año revela que un 50% de las personas adultas vivió alguna situación de inestabilidad laboral desde el inicio de la pandemia. A su vez, el 27% de los hogares mantiene al menos una deuda y en casi 4 de cada 10 se dejó de comprar algún alimento por no tener dinero.
Además, frente a la falta de ingresos, el 23,5% de los y las adolescentes trabaja y un 11% dijo buscar empleo. El 71% de los que están en el mercado laboral, ingresó durante la cuarentena.
“La primera infancia es el grupo poblacional que registra más dificultades de recuperación frente a los efectos del Covid-19. Hay secuelas que todavía persisten como manifestaciones de estrés, situaciones de cuidado inadecuado, deterioro en la economía del hogar y en la alimentación”, advierte Luisa Brumana, Representante de Unicef Argentina.
En cada zona geográfica los desafíos fueron distintos, pero el común denominador fue poder llevar el plato de comida a la mesa y que los chicos no dejen sus estudios.
En Misiones, por ejemplo, varias comunidades originarias que no tienen luz ni agua quedaron casi abandonadas a su suerte. En Salta, familias wichi enteras sufrían todos los días por hambre y sed. En la zona de islas del Delta del Paraná, los pescadores se quedaron sin su actividad por la bajante y el aislamiento. El drama se replicó en cada rincón.
Millarai Muñoz vive con sus papás en el paraje La Matancilla en el norte neuquino en una casa sin internet, por lo que no podía bajar la tarea ni buscar información. Es muy común en la zona ver gente deambulando por el campo o a caballo buscando datos para el celular: para conseguirlo, ella tiene que caminar durante una hora hasta llegar a la ruta y subir hasta un bosquecito de pinos.
“La maestra me da la tarea cuando voy a la escuela y si no, no la tengo. Igual no me pone mala nota porque sabe que no siempre la puedo conseguir. Yo prefiero estar en la escuela porque allá la maestra te explica y acá en casa no tengo quién me explique”, contaba esta chica de 12 años, a la que la escuela le queda a 17 kilómetros, en Varvarco. Sus papás —Amable Muñoz y Delia Vázquez — hacen un gran esfuerzo para que su única hija estudie, justamente porque ellos no tuvieron esa oportunidad.
Cada una de las historias mostró diferentes aristas de lo que significa ser un chico pobre en la Argentina. A pesar de sus enormes dificultades, cuando pensaban en su futuro, manifestaban que querían ser abogados, médicos, docentes o policías, entre otras alternativas. Todos tenían sueños chicos y grandes: una pelota, una computadora, viajar en avión, una bicicleta, un calefón, una muñeca.
Gracias al fuerte impacto que tuvieron estos relatos en primera persona, se pudieron cumplir muchos de sus sueños. El paso de la emoción a la acción hizo que muchísimas personas donaran dinero, que otras armaran grupos para organizar la ayuda y que tantas más decidieran comprometerse a largo plazo como tutores o padrinos.
Silvina Rivero forma parte de un grupo de emprendedores gastronómicos que lleva adelante varias movidas solidarias. Una noche, mientras trabajaba, se encontró con la historia de Tiziano en la pantalla de LN+ y tuvo que dejar lo que estaba haciendo para mirar el resto del documental sobre Neuquén.
“Cada historia de los chicos era absolutamente conmovedora porque a pesar de tanta adversidad, ellos querían seguir yendo al colegio. El programa es despertador de emociones y de empatía por el otro”, resume Silvina, que empezó una campaña en sus redes sociales y logró juntar 12 bicicletas, ropa de abrigo, zapatos y $82.000 que ya fueron entregados a la organización Amigos de la Frontera (Adelaf). Fue posible comprar mercadería que llegó al sur la semana pasada.
“Otra cosa que me dolió y llegó fue que muchos de estos chicos están condenados por el lugar en el que nacieron y no por su capacidad. Particularmente me pasó con Tiziano que se llevó materias no porque no sepa sino porque no tenía conectividad. Y ahí dije, ´algo tengo que hacer´”, recuerda esta pastelera que arrancó sorteando unos electrodomésticos para recaudar plata para los chicos de Neuquén y terminó recibiendo un aluvión de donaciones. “La gente se enganchó mucho. Algunos no podían donar plata, pero se ofrecieron a acondicionar las bicicletas. Fue una cadena muy linda”, expresa Silvina.
Esta tendencia de los argentinos a reaccionar de forma solidaria ante las emergencias quedó plasmada en la encuesta realizada por Voices! y Qendar, que muestra que en 2020 se batió un récord en cantidad de voluntarios: un 35% declaró haber realizado tareas en las que aportó su tiempo en beneficio de otros. En promedio, dedicaron unas ocho horas semanales. Se trata del número más alto de los últimos años: un 2% más que en 2018 y 3 puntos arriba de la cifra histórica de 2002 –corolario de la crisis de 2001–, cuando el porcentaje fue del 32%.
La difícil situación socioeconómica y sanitaria provocada por la irrupción del Covid-19 no resultó indiferente. “En nuestro país hay una relación entre el crecimiento del voluntariado y las crisis económicas. Vemos el crecimiento significativo en la medición de 2002, luego de la crisis de 2001, y también un aumento importante y sostenido en los últimos años”, repasa Constanza Cilley, directora ejecutiva de Voices!. En cuanto a las donaciones, el 44% de los argentinos afirmó haber entregado bienes durante 2020 y un 26% aseguró haber hecho aportes de dinero.