“Ser pobre te saca oportunidades”

31 de octubre 2024 | La Nación
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Cuando sonríe, a Marilyn Cabrera se le hacen hoyuelos en los pómulos. Cuesta vérselos en estos días en los que la desesperanza parece dominar su gestualidad, como si hubieran pasado años y no meses desde la foto que tiene en su WhatsApp. En esa imagen, una Marilyn triunfante, con gorro de egresada, sostiene su diploma de egresada del secundario como un estandarte con el que parece querer comerse el mundo.

Pero queda poco de aquella actitud en esta chica de 18 años que ahora camina por el pasillo largo que conecta su casa, en La Cava, con la parada de colectivos que la llevará hasta Boulogne. Hace algunas semanas consiguió trabajo como ayudante de cocina en un restorán. Es su tercer empleo desde julio. Todos informales. En uno, una parrilla en el Bajo de San Isidro, le pagaban 1500 pesos por día más propinas.

“Siempre dije que quería ser profesora de educación física. Pero este año no me pude anotar. Primero necesito tener un trabajo estable. Tengo que pagarme los estudios y además ayudar en mi casa”, dice Marilyn, la primera de su casa en tener secundario completo. Ni sus dos hermanos mayores ni su mamá, que es empleada doméstica, lo lograron. Pero aún con el título y habiendo hecho talleres de empleabilidad con Reciduca, una ONG que apoya a jóvenes de barrios vulnerables, ese trabajo formal con el que tanto soñó mientras estudiaba, todavía no llega.

Cada tanto, en los pasillos del barrio o camino al trabajo, se cruza con excompañeros de su escuela, el colegio parroquial Santo Domingo Savio, ubicado en ese barrio popular de San Isidro. Siempre escucha historias calcadas a la suya: el mundo del trabajo y del estudio les cuesta demasiado. Nadie parece conocer la clave que abre la puerta hacia empleos en blanco, con cobertura social y horarios que permitan pensar en ir, en paralelo, a la universidad. Tampoco son conscientes de que, para ellos, esa puerta no tiene una cerradura, sino cinco.

Aunque está consagrado como un tramo obligatorio, para los jóvenes de sectores populares terminar la secundaria es un camino de esfuerzo y sacrificio, plagado de obstáculos, tal como lo expuso una reciente investigación de LA NACION. Y lo que resulta muy desafiante es que llegar a la meta y tener el título del secundario no garantiza un empleo de calidad.

De hecho, los jóvenes que viven en hogares pobres con secundario completo tienen cinco veces menos probabilidades de conseguir un trabajo formal que quienes viven en hogares sin carencias y tienen igual nivel educativo. Esa desigualdad de oportunidades se amplía todavía más entre quienes estudian o tienen un título terciario o universitario: ellos tienen seis veces menos chances de conseguir empleo que los jóvenes con los mismos estudios pero que viven en hogares sin problemas socioeconómicos.

Estos datos surgen de un estudio hecho por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA en exclusiva para LA NACION y que toma como base una consulta a jóvenes hijos de jefes de hogares, representativa de todos los estratos sociales.

Las razones que explican esta brecha son económicas, pero también sociales. Y no están exentas de prejuicios. El director del Observatorio, Agustín Salvia, las sintetiza en un término: “segregación social”. “En el proceso de selección de empleo, los jóvenes de sectores pobres y de sectores medios no son tratados por igual porque el empleador busca un perfil más integrado socialmente, mira las credenciales pero también la dimensión social y cultural que los rodean”, explica. “¿Significa que miran su color de piel?”, se pregunta y luego se responde: “Puede ser, pero se mira mucho más que eso”.

Haber vivido en un hogar sin estímulos, en una vivienda inadecuada o con carencias alimentarias son, según el especialista, experiencias que van formateando la manera en que se encara la vida y los problemas. “Aunque tengan las mismas credenciales que el resto, los jóvenes más pobres no siempre tienen las mismas habilidades o el capital cultural que requiere el sector privado”, puntualiza Salvia. “Esto puede tener una cuota de prejuicio, pero también es lo que devuelven las pruebas en los procesos de selección”, reconoce.

La falta de oportunidades para acceder al mundo del trabajo formal que padecen los chicos que viven en condiciones de pobreza es, justamente, consecuencia de esas mismas condiciones en las que viven. Por eso, algunos colegios y organizaciones educativas promueven talleres de empleabilidad que buscan posicionarlos mejor ante la búsqueda de trabajo.

“Sin trabajo, la facu no sería posible”

Sofía Isaurralde vive en el barrio Las Tunas, en Pacheco. Tiene 21 años y cuando se compara con sus amigas su conclusión es una: “Soy una privilegiada”, dice. En julio de este año fue contratada por Farmacity para brindar asistencia tecnológica remota. La computadora que le dio la empresa para hacer esa tarea es la primera que tuvo en su vida.

“La mayoría de mis amigas que terminaron el secundario no pudieron conseguir un trabajo así. Algunas trabajan como vendedoras. Otras, como empleadas domésticas”, dice la joven durante su hora de almuerzo.

Sofía es la primera de su familia en terminar la secundaria. Cursó parte de la primaria y toda la secundaria en el María de Guadalupe, un colegio de Las Tunas que acaba de ser premiado como uno de los mejores del mundo por sus programas de orientación vocacional, mentoría e inclusión laboral. Justamente ese programa tuvo mucho que ver en el presente de Sofía: la conectó con un curso en tecnología organizado por Farmacity. Esa experiencia tuvo el mejor de los finales: un primer empleo en blanco.

Todos los días, mientras sus padres se van a trabajar (su papá es reciclador urbano en CABA y su mamá es empleada doméstica), Sofía enciende su computadora y encara la jornada laboral desde su casa. “Soñaba con estudiar Sistemas, pero sin trabajo, no tenía posibilidad de hacerlo. Mis viejos no me podían bancar”, dice, mientras se prepara para un 2025 donde va a iniciar una tecnicatura en programación. Ahora sí podrá costearlo.

“Dejar de pedir foto y preguntar dónde vivís”

Un trabajo formal es, para el 75% de los argentinos, el medio más importante para salir de la pobreza. La cifra trepa al 78% cuando quienes responden son de los estratos más bajos. Las cifras provienen de una encuesta de opinión pública realizada por la consultora Voices! en exclusiva para LA NACION.

“El progreso es a través del trabajo en blanco: así está consensuado por la mayoría de los argentinos”, contextualiza Constanza Cilley, a cargo del estudio, que también indagó sobre los aspectos más relevantes para progresar. Según destaca la especialista, las principales variables mencionadas en la encuesta fueron: esforzarse en lo que uno hace (93%), tener buena presencia (86%), tener estudios (85%) y tener contactos (77%).

Pero ¿cómo permea esta idea de que el progreso depende del esfuerzo y del estudio, pero también de la buena presencia y los contactos al interior de las empresas? La politóloga Alexandra Carballo Frascá, cofundadora de la fundación Cultura de Trabajo, considera que, en las grandes empresas, la tendencia es hacia una cultura sin sesgos, con planteles más diversos, equitativos e inclusivos. “Esto no quita que los reclutadores puedan estar todavía influenciados por ciertos prejuicios y que variables como la nacionalidad o el lugar de residencia sean factores de discriminación”, reconoce.

En el caso de las pymes, en cambio, el panorama es más incierto. “Debería existir un sistema de incentivos que promuevan buenas prácticas en las búsquedas laborales, como dejar de pedir foto, o de preguntar el lugar de residencia”, agrega la experta.

Cuando observa puntualmente a los jóvenes de bajos recursos, Carballo Frascá señala un aspecto que suele ser destacado en el mundo laboral: sus motivación y sus ganas de pertenecer a una organización. “Esto no quiere decir que los chicos y chicas de otras clases sociales no estén motivados o tengan ganas de pertenecer, pero es claro que entre los jóvenes atravesados a lo largo de su vida por la informalidad, un trabajo estable y formal genera un fuerte sentido de pertenencia”, analiza.

“Sin apoyo, no habría llegado a donde estoy”

“Yo quiero ser como ellos”, dice Alejo Baez que pensó durante aquel brindis de fin de año, cuando junto a los demás operarios conoció las oficinas de la empresa que le había dado un trabajo temporario. Hacía poco que había terminado el secundario y se encargaba de empaquetar productos en el mismo sector en el que su papá se desempeñaba como técnico.

“El lugar estaba impecable, había cosas ricas para comer y de repente apareció la gente de Marketing y Comunicación, todos bien vestidos. Eso quería para mi vida”, recuerda el joven de 21 años, que vive con sus padres y dos hermanos menores en la localidad bonaerense de Derqui.

Gracias a una beca de la Fundación Germinare, Alejo cursó la secundaria en un colegio bilingüe de Pilar: el Bede’s Grammar School, que estaba muy por encima de las posibilidades económicas de su familia. “Esa experiencia amplió mi mundo. Los padres de mis compañeros tenían profesiones que yo no sabía que existían. Por suerte nunca me sentí discriminado”, reconoce.

Alejo terminó la escuela decidido a seguir estudiando y convencido de que tenía que hacerlo en una universidad privada. “Tienen mejor bolsa de trabajo”, fundamenta. Pero su familia no podría pagarla. Así que empezó a trabajar. “Llené miles de formularios en Computrabajo o LinkedIn para aplicar a trabajos formales, pero me volvían mails de rechazo”, recuerda. Entonces empezó a investigar si existía alguna ONG que pudiera ayudarlo mientras trabajaba de lo que conseguía. ”Fui desde consultor inmobiliario hasta bachero, mozo y vendedor de ropa”, enumera.

La búsqueda lo conectó con Bisblick, una ONG que acompaña a los jóvenes desde que ingresan a la universidad hasta que consiguen un trabajo de calidad. Actualmente es pasante en el área de Marketing en Agrofina, una empresa del grupo Los Grobo, mientras estudia Comunicación en la Universidad del Salvador.

“Sé que me esforcé mucho para lograr lo que logré. Pero también sé que Germinare y Bisblick fueron fundamentales en mi presente. De otra manera, difícilmente estaría en donde estoy”, dice Alejo, mientras fantasea con un nuevo brindis en su actual puesto de trabajo. “Ahora estoy, justamente, de ese otro lado con el que tanto soñé”, sonríe.

Qué políticas públicas se necesitan

Agustín Salvia estima que el país debería crear 280.000 puestos de trabajo por año para incorporar a cada nueva generación de jóvenes que termina la escuela. El contexto para lograrlo es poco alentador: el Observatorio de la UCA estima que apenas 1 de cada 10 jóvenes de entre 15 y 29 años que viven con sus padres tiene empleo pleno. Suman 751.965 de un total de 6.424.841 personas. “Lo que creció y mucho entre los jóvenes es la precarización laboral. Los jóvenes trabajan, pero en empleos informales”, sintetiza.

LA NACION se comunicó con la Subsecretaría de Trabajo de la Nación para conocer qué políticas se implementan para incorporar al trabajo formal a jóvenes de sectores populares. Según cifras de ese organismo, a cargo de Eugenia Cortona, hoy hay 646.833 jóvenes de 18 a 24 años registrados en el Portal Empleo, la plataforma estatal para buscar trabajo. De ese total, unos 378 mil están registrados al Programa Fomentar, por el que acceden a prácticas y capacitaciones. El programa prevé incentivos para empleadores. Además otros 92.200 jóvenes están haciendo algún tipo de curso de formación que aumente sus chances de empleabilidad.

Así y todo, hay quienes creen que la estrategia para ingresar a los jóvenes al mercado laboral demanda más esfuerzos del Estado. “Hoy se gasta más en planes que en incorporar a los jóvenes al mundo del trabajo”. El que habla es Andrés Schipani, profesor de la Universidad de San Andrés y miembro del Centro de Investigación y Acción Social (CIAS), quien compara el dinero invertido en 2011 y en 2023 y el resultado le da una caída del 60%.

“El Estado necesita una agencia nacional de empleo. Más capacitación en oficios, orientada fundamentalmente a los que están afuera del mercado formal y a los rubros con más chances de ser una puerta de ingreso, como la construcción o el gastronómico”, recomienda y cierra con un dato profundamente desalentador: la Argentina no crea empleo privado desde 2011: “Si no hay más puestos registrados privados, no hay mucha magia que hacer”.

Hay especialistas que sostienen que el primer empleo es determinante, sobre todo en las clases populares. Si es en blanco, aumentan las chances de seguir en el mundo del trabajo formal. Por el contrario, si se da en la informalidad, la inserción posterior al mercado formal se hace todavía más difícil. La razón es, en parte, tan simple que duele: uno no puede aspirar a lo que no sabe que existe, porque nunca lo tuvo.

Mientras espera el colectivo, la cara de Marilyn se ilumina fantaseando con un trabajo que le permita ayudar en su casa y cumplir su sueño de ser profesora de educación física: “Me encantaría lograrlo”, asegura. Pero hoy, ese futuro lo ve lejano. “Ojalá lo pueda conseguir”, dice, casi como si dependiera de la suerte.